En Torreciudad

Breve biografía sobre el Fundador del Opus Dei escrita por José Miguel Cejas

Estuvo tres veces en Torreciudad durante su vida. En la primera ocasión le llevaron sus padres, con dos años, en agradecimiento por su curación. Y acudió dos veces como peregrino al nuevo Santuario, cuya construcción había impulsado por amor a la Virgen, mientras se realizaban las obras.

Su primera peregrinación tuvo lugar el 7 de abril de 1970. Se descalzó un kilómetro antes de llegar, y fue caminando hasta a la ermita, sobre los guijarros del camino y la gravilla. ¡Perdóname, Madre mía! —exclamó, evocando la primera visita de su infancia—. Desde los dos años hasta los sesenta y ocho. ¡Qué poca cosa soy! Pero te quiero mucho, con toda mi alma. Me da mucha alegría venir a besarte, y me da mucha alegría pensar en las miles de almas que te han venerado y han venido a decirte que te quieren, y en los miles de almas que vendrán .

Peregrinó por segunda y última vez a finales de mayo de 1975. El Santuario estaba prácticamente acabado y a punto de inaugurarse. Le gustó especialmente el retablo, porque movía a la piedad: Es todo un señor retablo. ¡Qué suspiros van a echar aquí las viejas..., y la gente joven! ¡Qué suspiros! (...) ¡Muy bien! Lo habéis hecho muy bien. Habéis puesto tanto amor aquí..., pero hay que terminar, hay que llegar hasta el final. Sin prisa, cuidad de la colocación de la imagen de la Virgen. Visiblemente emocionado, mientras daba la vuelta al altar y miraba la nave, exclamó: ¡Qué bien se va a rezar aquí!

Quiso que se hicieran en el Santuario varias capillas y oratorios a la Virgen en sus diversas advocaciones; del Pilar, de Loreto, de Guadalupe, del Carmen... Pedía a la Virgen que Dios concediera a los que acudieran hasta aquel lugar, un derroche de gracias espirituales (...) que el Señor querrá hacer a quienes acudan a su Madre Bendita ante esa pequeña imagen, tan venerada desde hace siglos. Por eso me interesa que haya muchos confesionarios para que las gentes se purifiquen en el santo sacramento de la penitencia y —renovadas las almas— confirmen o renueven su vida cristiana, aprendan a santificar y amar el trabajo, llevando a sus hogares la paz y la alegría de Jesucristo: la paz os doy la paz os dejo. Así recibirán con agradecimiento los hijos que el cielo les mande, usando noblemente del amor matrimonial, que les hace participar del amor creador de Dios; y Dios no fracasará en esos hogares, cuando Él les honre escogiendo almas que se dediquen, con personal y libre dedicación, al servicio de los intereses divinos.