Los miembros

Libro escrito por Dominique Le Tourneau sobre la estructura y el espíritu del Opus Dei.

El Opus Dei es una realidad eclesial en la que se da una cooperación orgánica de sacerdotes y laicos bajo la jurisdicción del Prelado. Esta precisión es importante: no es que los laicos cooperen simplemente con la misión que llevan a cabo los sacerdotes: se da una unidad esencial y orgánica entre los dos: sacerdotes y laicos, laicos y sacerdotes.

En su alocución del 17 de marzo de 2001 Juan Pablo II señaló que los laicos del Opus Dei, en cuanto cristianos, deben llevar a cabo un apostolado con un gran sentido de misión evangelizadora. Y precisó: “los sacerdotes, por su parte, desarrollan una función primaria insustituible: la de ayudar a las almas, una a una, por medio de los sacramentos, la predicación y la dirección espiritual, a abrirse al don de la gracia. Una espiritualidad de comunión valorará al máximo el papel de cada componente eclesial.” (Juan Pablo II, Discurso a los participantes en las Jornadas de reflexión sobre la Novo millennio ineunte, n. 2, 17-III-2001).

El estatuto —la condición propia— de los laicos en el Opus Dei, es por tanto, el mismo que el de los fieles en la Iglesia universal. Los laicos no son simples ayudantes de los curas , simpatizantes, voluntarios, etc.; sino fieles corrientes, con pleno derecho, que forman parte de la prelatura sin dejar de pertenecer a sus respectivas diócesis. "La manera más fácil de entender el Opus Dei —en palabras de San Josemaría— es pensar en la vida de los primeros cristianos.” ( Conversaciones..., 24), aquellas mujeres y aquellos hombres que encarnaron el mensaje de Cristo en su vida y lo trasmitieron a sus conciudadanos con sencillez y naturalidad cristiana, y tantas veces con heroísmo.

Para formar parte del Opus Dei se necesita tener una vocación específica, una llamada de Dios a entregarse plenamente a su servicio en el lugar en el que cada uno está. Los miembros del Opus Dei no cambian de ambiente, de trabajo ni de condición de vida: la prelatura no saca a nadie de su sitio, “sino que lleva a que cada uno cumpla las tareas y deberes de su propio estado, de su misión en la Iglesia y en la sociedad civil, con la mayor perfección posible” ( Conversaciones..., 16), esforzándose por descubrir ese “ algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes” ( Conversaciones..., 114).