1. Unidad de vocación y diversidad de miembros

Libro escrito por Dominique Le Tourneau sobre la estructura y el espíritu del Opus Dei

Todos los que se incorporan a la prelatura —se lee en los Estatutos— lo hacen "movidos por una vocación divina" (sobre este aspecto y cómo se recoge en los Estatutos, cf. El Opus Dei en la Iglesia, pág. 94 y ss.)

A)    Una misma llamada.  Los fieles del Opus Dei tienen la misma vocación a la santidad y al apostolado en el ejercicio de su trabajo. Todos asumen los mismos compromisos ascéticos, apostólicos y de formación doctrinal. Eso explica que no haya categorías de miembros, que no haya “clases” o “niveles” de entrega. Todos se comprometen por igual a vivir con plenitud, plenamente entregados a Dios, su vocación bautismal con el carisma del Opus Dei, en unión con los directores, asumiendo con libertad y responsabilidad personal las obligaciones que implica su entrega en este camino de santidad de la Iglesia.

Aclara San Josemaría que la misión del laico es una “misión específica, que tiene para nosotros —por voluntad divina— la fuerza y el auxilio de una vocación peculiar: porque hemos sido llamados a la Obra, para dar doctrina [la enseñanza de la Iglesia] a todos los hombres, haciendo un apostolado laical y secular, por medio y en el ejercicio del trabajo profesional de cada uno, (…) precisamente en el ámbito de esas actividades temporales, dejadas a la libre iniciativa de los hombres y a la responsabilidad personal de los cristianos” (Carta, 2-X-1939, n. 3, en El Opus Dei en la Iglesia, p. 171).

Es una entrega total, plena, al servicio de Dios, sin compartimentos estancos: “no supone dedicar más o menos tiempo de nuestra vida para emplearlo en obras buenas, abandonando otras. El Opus Dei se injerta en toda nuestra vida” (Carta, 25 de enero de 1961, n. 11, ibid., p. 164). 

B) Miembros.

Los miembros del Opus Dei viven una misma vocación de entrega plena a Dios en situaciones y circunstancias muy diversas. “No hay —explica el fundador— grados o categorías de miembros. Lo que hay es una multiplicidad de situaciones personales —la situación que cada uno tiene en el mundo— a la que se acomoda la misma y única vocación específica y divina: la llamada a entregarse, a empeñarse personalmente, libremente y responsablemente, en el cumplimiento de la voluntad de Dios manifestada para cada uno de nosotros. (Conversaciones..., 62).[1]