Los trudogoliki

Alexander Zorin, un eminente intelectual y poeta ruso, de religión ortodoxa, reflexiona en este ensayo sobre las enseñanzas de Josemaría Escrivá

Se puede amar la propia profesión y no conocer a Cristo. Y existe la posibilidad de entregarse en cuerpo y alma al trabajo, de forma endemoniada, como los “trudogoliki”, esas víctimas del activismo, que son tan comunes en nuestra sociedad. 

¿Por qué sucede esto? Pienso que porque se ama  la cultura por la cultura misma, para encontrar en ella un placer estético egoísta, que Marina Tsvetaeva denominaba como “sensualidad intelectual”. La cultura es una cosa evidentemente necesaria, pero para nosotros, como dice Escrivá, debe serun medio, y no un fin. 

Es imposible no estar de acuerdo con estas palabras, aunque la formulación pueda parecer excesivamente pragmática y pueda sorprender a algunos, en particular a los que idolatran al arte, siguiendo la famosa definición de Puschkin: “El fin de la poesía es la poesía misma”. Olvidan que esta frase la pronunció el Puschkhin del “periodo romántico”, el autor del “Gitano”. 

Al final de su vida Puschkin concebía la poesía y su misión como creador de forma diferente: “El pueblo me amará por haber despertado en él unos sentimientos nobles con mi lira –decía-, por haber glorificado la libertad en un siglo cruel y por haber pedido compasión para los caídos”.