Recuerdos de una vida generosa

Texto de Mons. Álvaro del Portillo sobre Tía Carmen en la entrevista al sucesor de San Josemaría publicada en Rialp

San Josemaría, Tía Carmen y Santiago

¿Podría evocar algún detalle de la muerte de tía Carmen? 

En los primeros meses de 1957 notamos que el estado de salud de Carmen, siempre llena de vitalidad y de energía, se deterioraba. El 4 de marzo los médicos le diagnosticaron un cáncer, y hacia el 20 de abril le anunciaron que sólo le quedaban dos meses de vida.

Apenas lo supo el Padre, quiso que yo se lo comunicase, con toda claridad y con mucha caridad. Quería que aquellos dos meses fueran para su hermana ocasión de unirse aún más con el Señor. El 23 de abril, fiesta de San Jorge, hablé con ella de su enfermedad. Le dije que sólo un milagro podría curarla y que, según el parecer de los médicos, le quedaban dos meses de vida; añadí que, si el tratamiento tenía éxito, quizá podría sobrevivir algo más, pero no mucho. Acogió la noticia con tranquilidad, con serenidad, sin lágrimas, como una persona santa. Y luego dijo: "Alvaro me ha dado ya la sentencia".

Nuestro Fundador me pidió que buscase entre mis amigos de Roma un sacerdote culto y piadoso que pudiera asistirla espiritualmente durante aquellos meses. Hablé con el Padre Fernández, agustino recoleto, que era una persona de profunda vida interior. Aceptó el encargo y, después de ponerse de acuerdo con la enferma, quedó en visitarla una vez por semana; íbamos a buscarle en coche.

Fueron dos meses de oración y recogimiento. En mayo, aprovechando un viaje a Francia, nuestro Fundador se acercó a Lourdes para pedir el milagro de la curación de su hermana, aceptando siempre la Voluntad de Dios, cualquiera que fuese.

El 18 de junio se agravó la situación de Carmen, y pidió la Unción de los Enfermos. Al día siguiente recibió el Viático, rodeada por el cariño de nuestro Fundador y de todos nosotros.

El 20 de junio, fiesta del Corpus, pasé mucho tiempo a su cabecera; le hablaba y ella me respondía con toda naturalidad, como si estuviese hablando de otra persona. Yo le preguntaba: "Carmen, ¿quieres ir al Cielo?" Y ella me contestaba con decisión: "¡Claro que sí!" Y en un momento me dijo: "Alvaro, quiero ver...". Al principio pensé que había perdido la vista y le dije: "¿Pero no nos ves? Estamos aquí...". Ella replicó: "Sí, eso ya lo sé". Añadí: "Te parecemos poco. Lo que tú quieres es contemplar a la Virgen". Respondió: "Sí, ¡eso!"

Durante la agonía no podía casi hablar. Repetía balbuceando las jaculatorias que nuestro Fundador, ayudado por algunos de nosotros, le musitaba al oído. Sólo respondía a los estímulos sobrenaturales.

Apenas unos minutos antes de morir, cuando casi había perdido el pulso, el Padre le dijo: ¿Verdad que cuando llegues al Cielo nos encomendarás mucho? Su hermana contestó: "¡Sí!" Fue una de las últimas palabras que pronunció. Poco después moría.

Poco antes de la muerte de Carmen, su confesor, el Padre Fernández, me comentó: "Tiene una paz interior enorme. Se ve que esta docilidad a la Voluntad divina es un milagro de Dios: no he visto nunca un enfermo tan unido a Dios. Yo vengo aquí para edificarme, más que para ayudarla".

Al día siguiente del fallecimiento de Carmen, nuestro Fundador contó a un grupo de hijos suyos: se acabaron las lágrimas en el momento en que murió; ahora estoy contento, hijos míos, agradecido al Señor que se la ha llevado al Cielo; con el gozo del Espíritu Santo. Y al leer en sus rostros la tristeza por la muerte de su hermana, añadió: sí, hijos, me tenéis que dar la enhorabuena; Carmen se encuentra ya en el Cielo. Estaba ilusionadísima con la idea de que pronto vería a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo y a la Santísima Virgen, y a los Angeles... Ahora continúa encomendándonos.

Enseguida que murió, bajé al oratorio, para celebrar la primera Misa en sufragio por su alma... Encomendadla, ofreced oraciones por ella, pero yo estoy seguro de que ya goza de Dios; ma propio certo: completamente seguro.

El propio Padre me confió el motivo de esta seguridad. No sabía que también había dejado una relación escrita sobre lo sucedido, en un sobre con esta anotación: Para abrir cuando yo muera. Cuando nuestro Fundador se disponía a celebrar la Santa Misa por el alma de su hermana, le vino a la cabeza la idea de pedir una prueba de que Carmen se encontraba ya en el Cielo. Desechó enseguida ese pensamiento, porque le parecía que era tentar a Dios. Sin embargo, me contó que, tanto en el memento de vivos como en el de difuntos, se olvidó de aplicar la intención de la Misa por su hermana, a pesar de las condiciones espirituales y psíquicas en que se encontraba: estaba muy apenado, nunca había celebrado en aquel oratorio, etc. Apenas se dio cuenta de que se había olvidado de ofrecer la Misa por Carmen, le invadió la certeza de que tal olvido, humanamente inexplicable, era la respuesta de Dios: comprendió que el Señor le quería hacer entender de esa manera que su hermana no necesitaba sufragios.

El Padre advirtió de modo inefable la intervención del Señor, que penetra en lo más íntimo del alma. Por eso tuvo la persuasión de que su hermana "había dado el salto", como ella misma había deseado y merecido con su vida de entrega a la Voluntad divina.