38 nuevos sacerdotes en la fiesta de Pentecostés

Treinta y ocho fieles del Opus Dei han recibido esta tarde la ordenación sacerdotal en Roma. El Prelado les ha recordado que serán instrumentos del Espíritu Santo “para iluminar a las almas y dar respuesta a las preguntas que tan a menudo agobian los corazones de tantas personas”.

Una imagen de la ceremonia.

Unas 1.500 personas han acompañado a los 38 nuevos sacerdotes durante la ceremonia de ordenación que ha tenido lugar en basílica romana de San Eugenio. Para conocer a algunos de los recién ordenados, puede leer el artículo con sus testimonios. Para ver algunas imágenes de la ceremonia, visite esta galería de fotos.

En la homilía, Mons. Javier Echevarría ha animado a los presentes a “buscar al Santo Espíritu en el fondo de nuestra alma”. En la festividad de Pentecostés, el prelado a invitado a los ordenandos y quienes les acompañaban “a conversar con Él, a dirigirnos a Él en las situaciones más diversas. Nuestra vida ordinaria adquirirá entonces altura y profundidad, relieve sobrenatural”. Link: testimonios de los nuevos sacerdotes. PALABRAS DEL PRELADO

La luz, el agua, el fuego y el viento son algunos de los símbolos tradicionalmente utilizados para representar al Espíritu Santo. De cada uno de ellos, Mons. Echevarría ha sacado una enseñanza para todos, y en especial para los nuevos sacerdotes. Ofrecemos un resumen de sus palabras:

La secuencia "Veni, Sancte Spiritus" que se reza hoy y mañana en la Misa, y el himno "Veni, Creator Spiritus" que se cantará durante la ordenación, están llenos de estos símbolos (…) Ya en su primera estrofa, la Secuencia habla del Espíritu Santo como luz del alma, cuando pide que nos envíe desde el Cielo un rayo de su luz; y luego, cuando nos invita a invocar: Oh luz beatísima, llena en lo más íntimo el corazón de tus fieles. La luz se contrapone a las tinieblas. Es condición de vida: un mundo sin luz sería un mundo muerto. El Espíritu disipa las tinieblas del pecado, nos recuerda las enseñanzas de Cristo y nos ayuda a profundizar en ellas, nos muestra la hermosura de nuestro Padre Dios, nos hace aspirar a los bienes del Cielo. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, «el Espíritu Santo, con su gracia, es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo"» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 684). A vosotros, hijos míos diáconos, el Paráclito os dará, con el sacerdocio, la capacidad de enseñar con autoridad las verdades de la fe y de la moral cristiana. Seréis instrumentos suyos para iluminar a las almas y dar respuesta a las preguntas que tan a menudo agobian los corazones de tantas personas: el sentido del sufrimiento, de la vida y de la muerte; el inmenso amor de nuestro Padre por todas sus criaturas; los deberes de justicia y caridad —que son inseparables— hacia todas las personas... Tened presente la enseñanza de San Josemaría: «Los sacerdotes sólo debemos hablar de Dios. No hablaremos de política, ni de sociología, ni de asuntos que sean ajenos a la tarea sacerdotal. Y haremos así amar a la Santa Iglesia y al Romano Pontífice» (San Josemaría). El Espíritu Santo se compara también con el agua. Lo hemos oído en el Evangelio. En el último día de la fiesta de los Tabernáculos, el más solemne, Jesús clamó: si alguno tiene sed, venga a mí; y beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva. Se refirió con esto al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él, comenta San Juan (Misa de la Vigilia de Pentecostés, Evangelio (Jn 7, 37-38). En el sacramento de la Penitencia, hijos míos, podréis lavar las manchas de las almas, perdonarles los pecados en el nombre y con la autoridad de Jesucristo, gracias a la misericordia de Dios Padre y a la potencia del Espíritu Santo. Agradeced al Señor —demos gracias todos— por este don admirable que Dios misericordioso ha puesto en nuestras pobres manos, y procurad sacarle mucho fruto. Siguiendo el ejemplo y los consejos de San Josemaría, dedicad muchas horas al ministerio de la Confesión. No es tiempo perdido; al contrario, es un tiempo muy valioso, porque no hay "negocio" más grande que salvar almas, vivir en la gracia de Dios. En cuanto Amor, al Espíritu Santo se le compara con el fuego que calienta los corazones y los inflama en amor a Dios y a los hermanos. De este modo vino sobre la Iglesia el día de Pentecostés. Infunde en nosotros este amor, sobre todo, dándonos a Jesús en la Comunión eucarística. El mismo Espíritu que, descendiendo en el seno purísimo de María, hizo posible la encarnación del Verbo, ahora hace que el pan y el vino se transustancien en el cuerpo y sangre de Cristo. Queridos diáconos. Cuando hoy descienda sobre vosotros el Paráclito, imprimirá en vuestras almas el carácter sacerdotal, signo indeleble que os conformará con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote y os conferirá todos los poderes que el Señor ha otorgado a sus ministros; entre otros, el más maravilloso y fundamental para la vida de la Iglesia: la posibilidad de actuar in persona Christi Capitis, de hacer las veces de Cristo en el Sacrificio eucarístico. Con San Josemaría, os invito a todos a considerar «hasta qué punto será extraordinariamente importante y abundantísima la acción del Divino Paráclito, mientras el sacerdote renueva el sacrificio del Calvario, al celebrar la Santa Misa en nuestros altares» (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 130). ¡Cuántas gracias debemos agradecer a Dios Espíritu Santo, por este don de amor que es la Sagrada Eucaristía! Para terminar, querría recordar otro signo con el que la Sagrada Escritura nos habla del Espíritu Santo: el viento. San Lucas lo describe al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, cuando cuenta que al cumplirse el día de Pentecostés (...), de repente sobrevino del cielo un ruido, como de un viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban (Hch 2, 1-2). Los efectos de esa irrupción se notaron enseguida: Pedro y los demás Apóstoles, tras arrojar fuera todos los temores, se lanzaron a anunciar públicamente la Resurrección de Jesús con gran valentía, y atrajeron a la Iglesia un gran número de personas. No deberíamos olvidarlo nunca: aunque las dificultades en nuestra vida personal o en el apostolado sean a veces grandes, más fuerte se manifiesta la acción del Espíritu en quienes siguen sus inspiraciones. Con la oración, con la frecuencia de sacramentos, con la docilidad plena al Paráclito, se superan todos los obstáculos Os recordaba al principio que nos encontramos en esta Basílica como en aquella habitación de la planta alta de Jerusalén, reunidos en torno a María. Pidamos que interceda maternalmente por el Santo Padre y por los obispos, por los nuevos sacerdotes y sus familias, por todos los sacerdotes y por el pueblo de Dios. Hago mía la súplica del Papa en una ceremonia análoga, hace pocas semanas. Decía Benedicto XVI: «Pidamos que en todas las parroquias y comunidades cristianas aumente la solicitud por las vocaciones y por la formación de los sacerdotes: comienza en la familia, prosigue en el seminario e implica a todos los que se interesan por la salvación de las almas» (Benedicto XVI, Homilía en una ordenación sacerdotal, 29-IV-2007)”.