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Elvira Ferrer tiene 82 años. Es del Opus Dei desde hace veinte y ha trabajado durante más de un cuarto de siglo atendiendo la casa de diversos sacerdotes diocesanos. Reside desde hace algunos años en una Residencia de Ancianos de Manresa.

A mí servir y cuidar de los demás me ha llenado la vida. Yo le decía al Señor que le quería servir cuidando de sus sacerdotes, y sentía que me decía en mi corazón: “Mira, te daré el ciento por uno y, después, la vida eterna”. Y el ciento por uno, aquí en la tierra, me lo ha dado ya, con la vocación al Opus Dei.

Hace cuarenta años comencé a ir a un centro de la Obra que hay en Manresa, que está muy cerca de mi pueblo, Rajadell. Allí descubrí que podía buscar la santidad en mi vida corriente. Fue una idea que me encantó desde el primer momento: me entusiasmaba pensar que Dios me llamaba para servirle en mi trabajo profesional, que consistía en cuidar de la casa del sacerdote, procurando que estuviese muy bien atendido.

Cuando vi que podía servir a Dios en mi trabajo de todos los días, pensé: ¡Éste es mi camino! Y decidí pedir la admisión en el Opus Dei. Desde entonces esta vocación me ha dado mucha alegría y me ha hecho muy feliz.

Y así me he pasado la vida: sirviendo a los demás, sirviendo a los sacerdotes y he sido muy feliz. La vocación me ha dado la plenitud de la vida, porque si eres fiel al Señor en tu vocación, el Señor te colma el alma y  lo tienes todo, no necesitas más… Además, la fidelidad de las personas de la Obra me ayuda mucho, me da fortaleza, me estimula a ser fiel al Señor en lo grande y en lo pequeño… y eso ha hecho que nunca me haya sentido sola, sino muy acompañada.

"Mi corazón tiene memoria, y la memoria del corazón es el agradecimiento"

Ahora vivo en una Residencia atendida por las Hermanitas de los Pobres, que nos atienden maravillosamente, y el resto de las señoras que viven aquí me dicen que soy la persona más alegre de la casa, algo por lo que le doy muchas gracias a Dios. 

Cuando vienen mis amigas a visitarme a la Residencia y les cuento lo feliz que soy, no se lo creen, porque el nombre -Residencia de Ancianos- parece como si les diera da miedo… Yo no; yo estoy agradecidísima a estas religiosas, que son muy buenas. Mi corazón tiene memoria, y la memoria del corazón es el agradecimiento. 

Todas las personas que vivimos en esta residencia, en la que se está muy bien, hemos cumplido los ochenta, y algunos se encuentran desilusionados, abatidos, aburridos… A mí, la vocación a la Obra me da fuerza interior para tomar carrerilla cada día. Procuro vivir el día a día, sin pensar en el ayer, y a cada día le pongo una intención  apostólica. Así cada día es distinto. Se lo digo a mis amigas, para animarlas: ¡Anda, poned en cada cosa una intención, poned un poco de ilusión!

Y les cuento la alegría que me da el poder confesarme semanalmente. Salgo de cada confesión muy contenta, porque cuando el sacerdote me da la absolución, comprendo que es la mano de Dios que me bendice, que me da la gracia y la fuerza interior necesaria para seguir luchando una semana más.

 

Manresa

Mis hermanos y sobrinos no dejan que me falte de nada, pero a veces termino el mes con un euro en el bolsillo. Como otras señoras de la Residencia, dispongo de una parte de la pensión para mis gastos: 65 euros para pasar el mes. 

Yo soy una persona a la que le gusta ir bien, y me gusta ponerme lo mejor que tengo para asistir a la Santa Misa. Además, si tienes interés en arreglarte, te animas a ti misma y a los demás. Voy a una peluquería que está a un kilómetro de aquí para teñirme el pelo, porque no me decido a dejármelo blanco. Esa peluquería me pilla un poco más lejos que las demás, pero me sale más barata; además me doy un paseito entre que voy y vengo, y con lo que me ahorro puedo hacer mi aportación a la Obra cada mes.

No, no me queda tiempo para aburrirme… Yo he sido siempre muy madrugadora, y  me levanto a las siete menos cuarto. Nada más despertarme, le ofrezco el día a Dios y le pido por una intención: por la Iglesia, por el Papa, por la Obra, por el problema de esta persona, por la enfermedad de aquella… Me arreglo, pongo la radio y escucho el Evangelio del día, que me suele dar tema de oración. Luego visito a mi vecina de cuarto, y procuro decirle algo divertido y que la haga reír a primeras horas de la mañana. 

A las ocho voy a la capilla y hago una visita al Santísimo. Lo pienso muchas veces: vivir en una casa donde está el Señor bajo el mismo techo es una gracia muy grande. Allí le pido al Señor por el Santo Padre, siguiendo el ejemplo de San Josemaría, que quería tanto al Papa. Y me quedo haciendo un rato de oración. Al principio bajaba yo sola a rezar, y ahora ya somos ya seis o siete las que nos reunimos para acompañar al Señor a esa hora.

"A las ocho voy a la capilla y hago una visita al Santísimo. Lo pienso muchas veces: vivir en una casa donde está el Señor bajo el mismo techo es una gracia muy grande"

Después del desayuno, me  voy a la cocina, donde me dan el menú del día. Tengo el encargo de escribirlo en la pizarra. Estoy encargada también de ir al archivo de música, para preparar los cantos de la Misa del día y colocarlos en los asientos.

En cuanto he hecho mis encargos, me siento un rato a leer los periódicos, porque me gusta estar enterada de lo que pasa y tener temas de conversación para poder hablar con la gente. Y luego, siempre que puedo, salgo a caminar un ratito, que es algo que a las personas mayores nos conviene mucho. Además, siempre te encuentras con alguna y acabas hilando la hebra sobre cualquier cosa. Cuando vuelvo, me arreglo para ir a Misa y después me quedo un buen rato dando gracias y pidiendo por tantas personas y tantas intenciones...

Y ya estamos en la hora de la comida. Siempre, antes de comer, procuro pensar qué puedo hacer para que mis compañeras de mesa pasen un rato agradable, se rían y descansen… Después voy a la capilla y, hago la visita al Santísimo, en la que procuro poner una intención de desagravio, de petición, de acción de gracias. 

Y a continuación, me siento un ratito en el sofá  para hacer un rato de lectura espiritual. Ahora tengo mejor vista y puedo leer bien, pero hace medio año no. Gracias a Dios, después de la operación de cataratas puedo leer perfectamente. 

Luego suelo subir a la enfermería, donde hay varias señoras amigas mías, como Margarita o Joanet, y procuro distraerlas y charlar un buen rato con ellas hasta  eso de las cinco y  cuarto, hora en la que  vuelvo la capilla para  hacer un rato de oración delante del Santísimo. Al terminar me voy a la habitación y pongo un poco la radio y escucho música.

Las tardes las tengo bastante ocupadas, porque un día, el miércoles, voy al centro del Opus Dei en Manresa para asistir a los medios de formación. Me gustair en autobús porque hago un poco más de ejercicio y puedo moverme a mi aire. ¡Y además, me espabilo! Tengo la parada aquí mismo: Los días que hay  retiro en el centro voy con una señora del barrio, que es cooperadora del Opus Dei, y siempre procuramos que se anime alguna señora más.

Eso son los miércoles. Dos tardes a la semana vienen a verme mis hermanos, y el resto, muchas amigas y conocidas mías. Tengo móvil, pero solamente lo enciendo de ocho a diez de la noche, para que me puedan llamar y poderles yo decir si voy a estar o no. 

¡Ah!, y cada semana voy a ver a una chica que vive aquí al lado, en una residencia de disminuidos. Está en silla de ruedas y no puede valerse por sí misma. No tiene a nadie aquí. Le gusta que le cuente noticias de Manresa y nos pasamos un rato hablando de lo que me han contado o he leído en la prensa ese día. Es muy buena cristiana, y hay un sacerdote con el que hablé que le lleva la Comunión todos los domingos.

Cuando termino con las visitas, rezo el Rosario, ceno, y antes de acostarme, coloco en un carrito de la cocina los jarrones de la leche del desayuno que están en el office, para que las cocineras no tengan que hacerlo. Así les ahorro ese trabajo.  Y antes de acostarme voy a la capilla para despedirme del Señor. A veces me da tiempo para hacer una visita corta antes de que sea la hora de cerrar y venga la Hermana con la llave. Otras veces sólo me da tiempo a arrodillarme y a decirle al Señor: gracias.