“El nacimiento de Benedetta fue un milagro”

Durante el embarazo, los médicos diagnosticaron a la madre una grave disminución del líquido amniótico. Tras peregrinar a la tumba del fundador del Opus Dei, los problemas se resolvieron. Los padres, un matrimonio de Verona (Italia), lo atribuyen a San Josemaría.

Benedeta, con sus padres y hermanos.

Esta es la historia de un milagro. O, al menos, eso creen sus protagonistas. Tanto es así, que han sometido el caso al parecer de las autoridades eclesiásticas, para que reconozcan oficialmente la intercesión milagrosa del santo.

“Pero había tantos milagros en la causa de san Josemaría, que no fue necesario estudiar el que nos concedió a nosotros”, dicen sonriendo los padres de Benedetta, la niña que ahora tiene cinco años.

Es ella misma quien nos abre la puerta de la casa donde vive esta familia, en Ponte Crencano (Verona, Italia). Benedetta es una niña graciosa y pizpireta, de ojos alegres y muy habladora. Me lleva hasta sus padres: Paolo Danzi, médico oculista de 44 años, y Alessandra Sboarina, profesora en un colegio.

Tiene tres hermanos mayores: una chica de 16 y dos chicos de 14 y 11 años. La niña asiste a mi conversación con sus padres, escuchando con curiosidad su milagroso nacimiento. El matrimonio se fue alternando la palabra. Vi en ellos un entendimiento tan bueno, que en la entrevista no he distinguido sus respuestas.

Ustedes afirman que el nacimiento de vuestra hija fue gracias a un milagro. ¿En qué se basan?

«Para entenderlo, tenemos que dar un paso atrás. Antes de Benedetta, habíamos perdido otra niña, que murió al nacer. Durante el embarazo, había sufrido el mismo problema que con Benedetta».

¿O sea?

«El embarazo en ambos casos había comenzado bien. Luego, en las revisiones médicas que las embarazadas nos hacemos, en los dos casos se vio que había perdido líquido amniótico de la placenta».

¿Con los otros hijos no habíais tenido este problema?

«No. Los nueve meses de espera con ellos fueron muy bien. Con María –la niña que perdimos- el líquido comenzó a disminuir a partir del cuarto mes de embarazo. La ginecóloga nos avisó de que habría graves problemas».

¿Y decidisteir seguir adelante con el embarazo?

«Por supuesto, hasta el final. La vida es lo primero, aunque no nos faltaron consejeros que nos sugerían acabar con la historia. Nuestras convicciones nos ayudaron a continuar adelante».

¿No estábais preocupados?

«Fue una larga angustia, pero continuamos igualmente. Era muy duro saber que aquello que se movía en mi vientre no tenía esperanzas de vida. María nació al octavo mes. Vivió un par de horas, lo suficiente para poder verla, sonreirle y bautizarla. Fue angustioso traerla al mundo sabiendo que le faltaban algunos órganos: pero la fe nos sostenía. Sólo pedimos a Dios que naciese viva, para ver a mi hija y poderla bautizar. Cuando nació, la cogimos de la manita, y poco a poco vimos que se iba apagando en ella la vida. Sufrimos, pero nos quedaba el consuelo de que se iba al Cielo».

Después, decidísteis tener otro hijo

«Sentíamos un vacío. Además, la ginecóloga nos dijo que aquél había sido un caso raro que no había probabilidad de que se repitiese. Así, a finales del 2000, un año después de la muerte de María, quedé embarazada de Benedetta».

¿Y qué ocurrió?

«Al quinto mes, en marzo de 2001, una ecografía reveló que también en este caso el líquido amniótico estaba desapareciendo poco a poco. La única diferencia era que Benedetta no presentaba malformaciones –María sí las había tenido-. Era una situación inexplicable para la ginecología. Muchos me aconsejaron que abortase».

Una sensación terrible...

«Estábamos destrozados. Fuimos a Bolonia para pasar consulta en un centro especializado en enfermedades prenatales. Allí nos dijeron que no tenía solución, que para resolverlo haría falta un milagro».

San Josemaría Escrivá.

Y vosotros lo habéis pedido.

«Nos dijimos: rezaremos, pero además haremos una peregrinación a Roma, a rezar directamente ante la tumba de san Josemaría. Llevamos con nosotros las ecografías y todos los análisis, que depositamos ante el cuerpo del santo. Con mucha fe, pedimos su ayuda y aceptamos la voluntad de Dios, la que fuese».

Y la ayuda llegó...

«Un par de semanas después debía hacerme la siguiente ecografía, justo el día del Jueves Santo. Acudimos acompañados por las oraciones de tantas personas del Opus Dei, a quien habíamos pedido que rezasen a san Josemaría por el milagro. Aquellos días se oía hablar de una monja que había realizado una curación. Así que nosotros le pedíamos, bromeando: “San Josemaría, no puede ser que una monja lo haga y tú no...”»

Llegó el día señalado y ...

«Ni siquiera nos atrevíamos a mirar la ecografía. Mirábamos a la doctora, que ponía una cara extraña. Tardó algo más de lo normal, porque no daba crédito a sus ojos. Finalmente dijo: “El líquido amniotico ha aparecido de nuevo. Esto es inexplicable”. San Josemaría había oído nuestra oración. Con todo, la doctora nos dijo que la existencia del líquido no garantizaba nada.

¿Y después?

«Nos alertó de todos los peligros que la niña tenía todavía que superar. Una lista larguísima. Superado el obstáculo del líquido amniotico, estuvimos en vilo hasta el día del parto. Porque esta niña la queríamos a toda costa. Nació el 7 de julio de 2001, un poco baja de peso, pero perfectamente sana. Fue un regalo de san Josemaría, pero no el único».

Cómo, ¿otro milagro?

«No, no un milagro, sino un regalo que nos hizo felices».

Por favor...

«El 6 de octubre de 2002, para dar gracias al santo viajamos de nuevo a Roma a la canonización de san Josemaría. Al día siguiente, el Papa Juan Pablo II saludó a quienes participaron en la Misa de Agradecimiento por la canonización. Al final, dio una vuelta a la plaza para saludar a los fieles. Bendijo a la gente, besó a muchos niños... Y cuando el papamóvil volvía al Vaticano, antes de despedirse, el Papa cogió finalmente a una niña y la besó. La última de todo el paseo... Benedetta».

La niña, en brazos de Juan Pablo II, el día de la canonización de san Josemaría.

¿Se la ofrecisteis vosotros para que la besara?

«No, nosotros estábamos con la niña, que entonces tenía 15 meses, sentados en un lugar muy lejos del trayecto del coche. Una persona dijo que el Papa quería besar a un niño más. Benedetta era la única en toda nuestra zona, así que literalmente nos la quitaron de las manos y fue pasando de uno a otro hasta que llegó al Papa. A la vuelta, todos se entretenían jugando con la niña. Tardó en volver a nosotros: ¡con lo que nos había costado tenerla! Estábamos felices».

Y satisfechos, supongo.

«Pero aún no terminó la historia. Un año después, nos telefonó un amigo para decirnos que la foto en la que Juan Pablo II besaba a nuestra hija ocupaba una doble página en el libro dedicado a la canonización de san Josemaría. Rápidamente, compramos uno de esos libros, y la foto».

Volvamos a la curación, ¿por qué pensáis que fue un milagro?

«Porque es demasiada coincidencia. Los pronósticos indicaban o un parto prematuro con escasas posibilidades de supervivencia, o la muerte del feto aún en mi vientre. Por no hablar de las posibles malformaciones. En vez de eso, mire usted a mi hija, fuerte como un roble. En cinco años y medio, ni un solo resfriado».

¿Y por qué hacen público este favor?

«Para dar ánimo a las madres en dificultades, para que no pierdan la esperanza. Y porque, como dice la ginecóloga que ha seguido mis dos últimos embarazos, esto sirve para que aprendamos que nunca hay que rechazar a un niño que aún no ha nacido».

Giancarlo Beltrame // “Arena” (Verona, Italia)