Campo de trabajo en Tlapa (México)

Un grupo de estudiantes españoles y mexicanos, residentes del Colegio Mayor Moncloa y universitarios que frecuentan otros centros de la Prelatura en Madrid como Ceah y Covarrubias, han estado en Tlapa para ayudar a construir dos aulas de educación infantil para niños abandonados, realizar trabajos asistenciales y de alfabetización

Tlapa se encuentra en el Estado de Guerrero, al suroeste de México, un territorio atravesado en toda su extensión por la Sierra Madre; lejos de las grandes ciudades. En Tlapa hay mucha población indígena: mixtecos, tlapanecos y nahuatales. Es una de las zonas más pobres de México y de las diez más necesitadas del mundo. De los veinte municipios que la componen, diecisiete están calificados por SEDESOL como "microrregiones de alta marginalidad y pobreza". Los principales problemas de su población son de salud, higiene, nutrición, educación, desarrollo y ecología. La población asciende a 500.000 habitantes, de los que un 80% son indígenas, monolingües en su mayoría.

Un grupo de estudiantes españoles y mexicanos, residentes del Colegio Mayor Moncloa y universitarios que frecuentan otros centros de la Prelatura en Madrid como Ceah y Covarrubias, han estado allí para ayudar a construir dos aulas de educación infantil para niños abandonados, realizar trabajos asistenciales y de alfabetización. Se trata de una iniciativa promovida en Madrid por el Colegio Mayor Moncloa (www.cmmoncloa.org), en colaboración con la ONG mexicana MAS (Medicina y Asistencia Social) (www.mas.org.mx).

"Una vez en el Distrito Federal -cuenta Ricardo, director del Colegio Mayor Moncloa-, nos unimos al grupo organizador en la Residencia Universitaria Panamericana. Pepe, que estudia Medicina fue nuestro cicerone en las visitas de rigor, y un par de días después emprendimos el viaje a Tlapa, donde se nos sumó otro grupo de universitarios venidos de Puebla".

Juan, residente de Moncloa, cuenta que "todos comenzamos con un cierto hormigueo o temor a lo desconocido, pues no sabíamos lo que nos esperaba. El segundo paso es el choque con la realidad: las obras, cavar, hacer cemento, trasladar vigas… Pero, sobre todo, lo que más te afecta es el choque humano: visitar familias de escasos recursos, llevarles comida y compañía, ayudarles a hacer limpieza… Dar clases de prepa y catequesis a los presos de la cárcel fue una prueba de fuego para algunos. Los comentarios al salir del penal o al volver de repartir por las casas despensitas –bienes de primera necesidad- eran del estilo: ¿Me tocará mañana también? Es que he quedado con un preso en que le enseñaré sintaxis, o tal familia necesita esto y les he dicho lo otro… Conforme van pasando los días, aumenta el cansancio físico, el cariño que pones en las clases, se curan las “enfermedades” traídas por cada uno, se relativizan nuestros problemas…" "Uno de los recuerdos más preciados que me traje -comenta Jorge, otro residente de Moncloa-, son las clases que dábamos a los niños. Aunque entienden el castellano, entre ellos hablan mixteco o tlapaneco. Al principio mostraban la clásica timidez y vergüenza ante aquellos maestros tan raros para ellos. Pero, al cabo de unos días, lo difícil era irse. El recuerdo que me queda es el agradecimiento de aquellos niños y, sobre todo, su sonrisa. Fue conmovedora la Misa a la que asistimos con las familias de los niños de la colonia de San Isidro. La pequeña ermita, tan pobre, el entorno y la piedad de aquellas gentes nos removieron a más de uno".

Para los participantes, continúa Ricardo, "se hizo cierto aquello de que recibimos mucho más de lo que dimos. José me decía: he dado clases y he enseñado muchas cosas, pero también he aprendido mucho de la fe sencilla y de las virtudes humanas de esta gente.

Al final, intercambio de direcciones, promesas de que el año que viene volvemos, abrazos y lágrimas en el equipo del pueblo que nos atendía.

El campo de trabajo terminó de la mejor manera posible: en la Villa de Guadalupe. Allí dejamos a la Virgen muchos propósitos y le pedimos por los frutos de esta actividad, que ya está llena para la próxima edición.

El campo de trabajo tiene un final. Lo escribió San Josemaría en el punto 591 de Forja: Darse sinceramente a los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría".