En la Diócesis de Lleida

Del 13 al 25 de octubre de 2006 se cumplen 65 años de la estancia de San Josemaría Escrivá en Lleida para predicar dos cursos de retiro a los sacerdotes y seminaristas de la diócesis.

En los primeros años de la década de los cuarenta, antes de trasladar su residencia a Roma en 1946, el joven sacerdote Josemaría Escrivá recibió muchas peticiones de obispos para ir a predicar ejercicios espirituales a sacerdotes diocesanos. También lo hizo a religiosos. Apuntaba en su diario personal:

Comenzaba siempre diciendo al Señor: Tú verás lo que dices a tus curas, porque yo...

El 21 de abril de 1941 comenzó una tanda para sacerdotes en el Seminario de Lleida. Apenas empezado el retiro, el 22 de abril, murió en Madrid la madre de San Josemaría Escrivá; y hubo de ser sustituido por un nuevo predicador.

Dejó, no obstante, tan buen recuerdo, que el Sr. Obispo de Lleida le pidió que predicara dos tandas más, previstas para el mes de octubre: la primera del 13 al 18 de octubre de 1941 y la segunda –en la que también participaron dieciocho seminaristas- del 20 al 25 de octubre de 1941. 

Vista panorámica de Lleida

Un asistente a la primera tanda recuerda “el buen humor y la alegría que respiraba su persona y que sabía comunicarnos. Todos los asistentes quedamos muy contentos.” Además, añadía, “nos exhortaba, con gran fuerza, a que viviéramos la caridad con nuestros hermanos sacerdotes, a que tratásemos con gran cariño y abnegación a los sacerdotes vecinos. Y en sus palabras se notaba su gran amor por los sacerdotes”.

Finalizó la primera tanda de ejercicios el día 18 de octubre y, dos días después, el 20 de octubre, comenzó la segunda. Uno de los asistentes, mosén Jaume Bertran i Crespell (Lleida 1904-1983) era entonces coadjutor de la parroquia de Sant Joan Baptista. Conservó toda su vida, para uso íntimo y personal, “constancia por escrito de las luces que el Señor me concedió por medio de aquel santo sacerdote y de los propósitos que hizo brotar en mi alma”.

Otro asistente, entonces seminarista, recordaba de esos Ejercicios, “cómo, al empezar cada plática, tomaba entre sus manos el Crucifijo y lo besaba con una gran unción. No hacía hada raro, aparatoso o llamativo –su gesto era totalmente natural, sin nada postizo o afectado–, pero se percibía que ponía en ese beso todo su corazón, que amaba a Cristo con toda su alma. Han pasado más de treinta años y sin embargo no se ha borrado de mi mente ese gesto suyo: muchas veces, al tomar el Crucifijo entre las manos, viene a mi memoria lo que vi aquellos días en Lleida, y ese ejemplo me estimula a crecer en amor a Cristo”.

 “También recuerdo que orientó todos los Ejercicios en torno a una verdad fundamental: que el sacerdote debe ser santo en su ministerio, sea el que sea. No hay que buscar la santidad en otro sitio –nos decía– sino allá donde estamos, allá donde nos ponga el Obispo o nos lleven nuestras obligaciones: ahí podemos y debemos ser santos. (...) Diré finalmente que Monseñor Escrivá habló en esos Ejercicios con energía, y que, cuando era necesario, sabía decir cosas fuertes, pero en ningún momento fue duro o amargo: sus palabras estaban llenas no sólo de razón, sino además de delicadeza, más aún de cariño. Y era eso lo que movía”.

Mosén Josep Vallès i Gort, era entonces Pro-rector del Seminario y, aunque no participó en ninguna de las dos tandas, vivió de cerca la estancia de San Josemaría Escrivá en Lleida. “Me llamó la atención la cantidad de visitas que recibía de gente joven de veinte años para arriba, que acudía a verle, cinco o seis por la mañana y otros cinco o seis por la tarde. Yo no lo entendía, porque no sabía lo que se llevaba entre manos; no le pregunté nada, tampoco él me dijo nada. Yo les decía que tenían que esperar, que estaba dando una meditación. Alguno se impacientaba: “He venido de Barcelona para verle y he de coger el tren de vuelta”. (El trayecto Lleida-Barcelona podía durar entonces hasta seis u ocho horas)”.

La razón de esas visitas era que San Josemaría Escrivá, a la vez que prestaba este servicio a la Diócesis de Lleida, impulsaba la incipiente implantación del Opus Dei en Cataluña. Tampoco dejaba de ocuparse de los primeros fieles del Opus Dei en Madrid, acuciados como todos por la dura realidad de la escasez de alimentos de la postguerra. Les avisó por carta el día 16 de octubre:

Hace ejercicios el Arcipreste de Fraga, el pueblo de los higos. Ved si convendría encargar una buena cantidad. Aún no saben el precio. El año pasado los vendieron a 2 pts. kilo; pero este año dice que quieren venderlos a 5 pts. Ved si conviene, y decidme enseguida lo que sea. Si se encargan he de decir ya la cantidad. Es venta libre. 

Y a su hijas, que estaban venciendo grandes dificultades para poner la primera casa en Madrid, les escribió: 

Jesús me guarde a mis hijas. Todo lo que vale cuesta. Y el Señor os está haciendo gustar, en esta última temporada, pequeñas contradicciones. Pero, ya estamos tocando la meta.

Además, el mismo 16 de octubre dio una charla a los jóvenes de Acción Católica de Lleida. 

San Josemaría Escrivá se ocupó también de las religiosas Darderas que con su trabajo atendían el Seminario. Les predicó ante el Sagrario una plática el 23 de octubre. Y dedicó otra meditación a un grupo de jóvenes que el director espiritual del Seminario, mosén Ángel Morta, había invitado.

Por último, como final de la tanda, Josemaría Escrivá dirigió una plática particular a los seminaristas que se iban a ordenar.