"Nosotros somos las manos de Dios"

Textos referidos a la predicación de San Josemaría sobre la familia extraídos del libro "Como las manos de Dios" de Antonio Vázquez (editado en Palabra)

"Acordaos de esta verdad: nosotros somos las manos de Dios". Estas palabras manuscritas por Mons. Javier Echevarría, en idioma original, sobre la fotografía de un Crucifijo sin brazos, reafirman las que alguien grabó sobre el travesaño de aquella Cruz: "Ahora vosotros sois mis brazos" .

La imagen auténtica se venera en la ciudad de Münster. El Cristo perdió sus brazos durante la Segunda Guerra Mundial, y hay dos medallones que lo flanquean: uno de ellos representa al Beato Niels Stensen, famoso personaje del siglo XVII que se convirtió al catolicismo y fue párroco de esa iglesia; el otro, está dedicado a Edith Stein porque rezando ante él decidió entrar en el Carmelo.

Al conocer esta anécdota de Mons. Echevarría que tuvo lugar en Solingen, una casa de retiros en Renania del Norte-Westfalia, el verano de 1999, pensé que la expresividad de la frase sintetizaba con preciso acierto lo que se espera de los cristianos: que seamos las manos de Dios . La necesidad de vivir de tal forma que hagamos presente a Cristo en cualquier lugar de la tierra. Un encargo esencial que Dios propone a todos los bautizados desde hace veinte siglos, y que ha de realizarse, mayoritariamente, en la situación más común de los seres humanos: el matrimonio y la familia.

Asumir y tomar conciencia de esta misión es reconocer, con inmensa gratitud, una de las mayores dádivas que Dios podía concedernos: servirse de frágiles instrumentos para sembrar el mundo de la única paz que no tiene fisuras porque las restaña el amor. Marido y mujer, padres, hijos y hermanos, abuelos y nietos, hemos de prestarle las manos a Dios para que con nuestra torpe caligrafía, salpicada de borrones y tachaduras, escribamos la historia de la Humanidad, según su amorosa Voluntad para todos.

Hay que hacer brillar ante los ojos de las generaciones jóvenes, el plan maravilloso de Dios sobre el amor conyugal, sobre la procreación y sobre la educación familiar; y esto sólo será creíble a través del testimonio de quienes lo están viviendo con todos los recursos de la fe. Se entiende bien la insistencia del Papa Juan Pablo II cuando repite una y otra vez: el futuro de la humanidad se fragua en la familia.

Nada espectacular ni llamativo cabe esperar, será, sencillamente, la historia que entretejen las millones de biografías personales que se enlazan y configuran en el cañamazo del acontecer diario.

Las manos que hemos de prestar a Dios, estarán muchas veces encallecidas por el trabajo, pero conservarán el dorso suave para la ternura. Quizá se crisparán por el dolor, para relajarse después con la aceptación rendida. Conocerán el polvo acumulado por la contaminación del ambiente, pero encontrarán agua clara para devolver el lustre a su piel. Puede que muestren arañazos y cicatrices, arrugas y alguna rigidez de artritis. Es lo mismo. Todas son necesarias y útiles para introducir levadura en la masa y ofrecer el buen pan con que saciar muchas carencias. Sólo precisan estar vivas, permanecer unidas al Cuerpo Total, para que corra por sus venas la misma Sangre, reciban el impulso del mismo Corazón y respondan a la exigencia de la misma Voluntad. No son unas manos cualesquiera, quieren ser las manos de Jesucristo. Los huesos, los tejidos y nervios, son eficaces si reciben la fuerza eternamente nueva de Cristo, porque Él es el único que enseña y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo .

Utilizamos la imagen de "las manos de Dios", por su viva expresividad literaria, pero de ninguna manera quisiéramos eclipsar una realidad de mucho mayor alcance. Para san Josemaría Escrivá cada cristiano debe ser alter Christus, ipse Christus , presente entre los hombres . Toda su persona, su vida entera, han de configurarse de esta forma. Seguir a Cristo, imitar a Cristo, identificarse con Cristo, supone: contemplar en la oración la vida de Cristo, imitar sus acciones, hacer las cosas como un hijo de Dios, sentirse corredentor con Cristo, perpetuar su misión. Para ello, Tú has de comportarte como una brasa encendida, que pega fuego donde quiera que esté; o, por lo menos, procura elevar la temperatura espiritual de los que te rodean, llevándoles a vivir una intensa vida cristiana . De esta forma se suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos "especialistas", sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios.