Prehistoria del Opus Dei

El Opus Dei fue fundado por Josemaría Escrivá de Balaguer el 2 de octubre de 1928. En ese momento Josemaría era un joven sacerdote de 26 años. Hasta esa fecha no hay historia propiamente dicha del Opus Dei.

El Opus Dei fue fundado por Josemaría Escrivá de Balaguer el 2 de octubre de 1928. En ese momento Josemaría era un joven sacerdote de 26 años. Hasta esa fecha no hay historia propiamente dicha del Opus Dei. Hay una prehistoria que se identifica con la biografía de su Fundador y que tiene diversos hitos: los "barruntos"; o el descubrimiento, en torno a los quince años, de que Dios le pide algo; la decisión consiguiente de hacerse sacerdote, por entender que era el mejor modo de disponerse a cumplir la voluntad de Dios, y la oración incesante, la mortificación y el estudio para conocer ese 'algo"... Esta prehistoria finalizó en Madrid en 1928.

Los”Barruntos” Varios textos de carácter autobiográfico del Beato Josemaría Escrivá, tomados de sus "Apuntes íntimos" o de sus recuerdos posteriores, sintetizan este periodo. Los "Apuntes íntimos"; recogidos con frecuencia en estos primeros apartados, son textos originales del Fundador del Opus Dei en los que se reflejan muchos aspectos de su vida espiritual y de los primeros pasos de su labor apostólica. Los "Apuntes íntimos" fueron escritos, en su casi totalidad, al hilo de los acontecimientos, entre 1930 y 1940. Recuerdos del Fundador del Opus Dei en una meditación, 19‑111‑1975

Comencé a barruntar el Amor, a darme cuenta de que el corazón me pedía algo grande y que fuese amor (...). Yo no sabía lo que Dios quería de mí, pero era, evidentemente, una elección. Ya vendría lo que fuera... De paso me daba cuenta de que no servía, y hacía esa letanía, que no es de falsa humildad, sino de conocimiento propio: no valgo nada, no tengo nada, no puedo nada, no soy nada, no sé nada...

Anotación del Fundador del Opus Dei en sus Apuntes íntimos, n. 290 (IX‑1931)

Quería Jesús, indudablemente, que clamara yo desde mis tinieblas, como el ciego del Evangelio. Y clamé durante años, sin saber lo que pedía. Y grité muchas veces la oración "ut sit!" [¡qué sea!], que parece pedir un nuevo ser.

Dolores Albás, madre de San Josemaría

Recuerdos del Fundador del Opus Dei en una meditación, 14‑11‑1964

Me hizo nacer en un hogar cristiano, como suelen ser los de mi país, de padres ejemplares que practicaban y vivían su fe, dejándome en libertad muy grande desde chico, vigilándome al mismo tiempo con atención. Trataban de darme una formación cristiana. (...)

Todo normal, todo corriente, y pasaban los años. Yo nunca pensé en hacerme sacerdote, nunca pensé en dedicarme a Dios. No se me había presentado el problema porque creía que eso no era para mí. Pero el Señor iba preparando las cosas, me iba dando una gracia tras otra, pasando por alto mis defectos, mis errores de niño y mis errores de adolescente. (...)

Pasó el tiempo y vinieron las primeras manifestaciones del Señor: aquel barruntar que quería algo, algo (...) Acuden a mi pensamiento tantas manifestaciones del Amor de Dios. El Señor me fue preparando a pesar mío, con cosas aparentemente inocentes, de las que se valía para meter en mi alma esa inquietud divina. Por eso he entendido muy bien aquel amor tan humano y tan divino de Teresa del Niño Jesús, que se conmueve cuando por las páginas de un libro asoma una estampa con la mano herida del Redentor. También a mí me han sucedido cosas de este estilo, que me removieron y me llevaron a la comunión diaria, a la purificación, a la confesión... y a la penitencia. (...)

Dios nuestro Señor, de aquella pobre criatura que no se dejaba trabajar, quería hacer la primera piedra de esta nueva arca de la Alianza, a la que vendrían gentes de muchas naciones, de muchas razas, de todas las lenguas. (...)

Eran hachazos que Dios Nuestro Señor daba para preparar ‑de ese árbol‑ la viga que iba a servir, a pesar de ella misma, para hacer su Obra. Yo, casi sin darme cuenta, repetía: Domine, ut videam! Domine, ut sit! [¡Señor que vea! ¡Señor que sea!] No sabía lo que era, pero seguía adelante, adelante, sin corresponder a la bondad de Dios, pero esperando lo que más tarde habría de recibir: una colección de gracias, una detrás de otra, que no sabía cómo calificar y que llamaba operativas, porque de tal manera dominaban mi voluntad que casi no tenía que hacer esfuerzo. Adelante, sin cosas raras, trabajando sólo con mediana intensidad. Fueron los años de Zaragoza.

José Escrivá, padre de San Josemaría

Anotación del Fundador del Opus Dei en sus Apuntes íntimos, n. 1637 (4‑X‑1932)

Mi Madre del Carmen me empujó al sacerdocio. Yo, Señora, hasta cumplidos los dieciséis años, me hubiera reído de quien dijera que iba a vestir sotana. Fue de repente, a la vista de unos religiosos Carmelitas, descalzos sobre la nieve...

Seminarista y Sacerdote Josemaría Escrivá decidió hacerse sacerdote. Dos años estudió en el seminario de Logroño y cinco en Zaragoza. Durante su estancia en Zaragoza realizó, además, los estudios de Derecho en la Universidad civil. En 1925 recibió la ordenación sacerdotal. La importancia, en la prehistoria del Opus Dei, de su experiencia como formador en el seminario y el conocimiento de la juventud del momento, así como de sus primeras experiencias pastorales como sacerdote en ambientes rurales, se reflejan en la siguiente síntesis que hizo el Rector de su Seminario. Testimonio de Don José López Sierra, Rector del Seminario de San Francisco de Paula (1920‑1925), dado en Zaragoza, 26‑1‑1948

D. José María Escrivá de Balaguer. Difícil empresa detallar su vida de seminarista: ingresó a cursar Sagrada Teología en concepto de alumno interno, procedente del Instituto de Logroño, cuna de su formación científica, en el Seminario de S. Francisco de Paula, anejo al de S. Carlos, de Zaragoza, siendo su Sr. Arzobispo el Emmo. Sr. Cardenal Soldevila y su Rector el que suscribe estas líneas: empero no tan difícil describir algunos rasgos salientes de ella, en la que predomina su inclinación al apostolado, su predilección por los jóvenes: su obrita "Camino" lo evidencia ¿a quién sino a ellos va dirigida?

Seminarista primero, se distingue entre los de su clase por su esmerada educación, afable y sencillo de trato, notoria modestia, respetuoso para con sus superiores, complaciente y bondadoso con sus compañeros, era muy estimado de los primeros, y admirado de los segundos. Eminentes cualidades precursoras de su fecundo apostolado.

Director de seminaristas más tarde, distinción que le otorgó el Emmo. Sr. Cardenal, aun antes de recibir las órdenes Sagradas, en atención a su ejemplar conducta, no menos que a su aplicación, pues simultaneaba con la carrera de Leyes poco a poco se va revelando el incipiente Apóstol para cuyo ministerio le iba previniendo el Cielo con bendiciones de dulzura.

Forjador de jóvenes aspirantes al sacerdocio, no era de admirar fuese más adelante forjador de jóvenes seglares: bien los conocía, con ellos había convivido en las aulas del Instituto y de la Universidad, y eso no obstante, observa un vacío en la formación religiosa de estos jóvenes intelectuales, las instituciones existentes no son adecuadas para albergar en su seno a estos jóvenes de los tiempos modernos, es necesaria una nueva institución, que los acoja. Varias veces me habló sobre el particular con motivo de un reglamento anónimo, que por casualidad llegó a nuestras manos, y hoy puedo decir que providencialmente, pues la Providencia disponit omnia suaviter.

Con compañeros del seminario de Zaragoza

En el Seminario pues, se inicia su gran obra, que está llenando de asombro no a la España Católica, sino al mismo centro de la Catolicidad, a la misma Roma, donde hoy cuenta con alguna Casa la Institución; sí, en nuestro Seminario de Zaragoza se halla como en germen el Opus Dei, esa gran obra de Dios, que había de producir óptimos frutos; fuera del Seminario se consuma.

Su lema era ganar todos para Cristo, que todos fueran uno en Cristo, y sí que lo consiguió con su correcto proceder: no era partidario de castigos, siempre dulce y compasivo, su mera presencia siempre atrayente y simpática contenía a los más indisciplinados, una sencilla sonrisa, acogedora, asomaba por sus labios, cuando observaba en sus seminaristas algún acto edificante, sin embargo una mirada discreta, penetrante, triste a veces, y muy compasiva, reprimía a los más díscolos. Con esta sencillez y suavidad encantadora iba formando a sus jóvenes seminaristas.

Se ordena de sacerdote y se prepara para celebrar su primera Misa, a la manera que el sol, conforme crece el día, va aumentando su luz y calor así el impulso que siente hacia el Apostolado de los jóvenes va en aumento. (...)

Sacerdote, la sed del Apostolado le devora: es muy pequeño el campo de las parroquias que regenta en este Arzobispado de Zaragoza, para su Obra: la Providencia, no sin haber pasado antes por grandes tribulaciones, le lleva a más dilatado campo, al populoso Madrid, donde se siente más necesidad de implantarla a causa de la corrupción de muchos jóvenes. Este su campo: parece resonar en sus oídos la sentencia del Divino Maestro "La mies es mucha, pocos los operarios". El forjador de seminaristas anhela ser forjador de jóvenes seglares. Es su ministerio predilecto. Confiesa, da ejercicios, ora, publica varios escritos, siempre con la mira puesta en los jóvenes, que son las niñas de sus ojos. Por causas ajenas a mi voluntad siento no poder fijar fechas, nueva tribulación para mí. Dar detalles de sus trabajos en Madrid incumbe a los hijos de tan buen padre.

Traslado de Zaragoza a Madrid (1927) El 19 de abril de 1927, D. Josemaría Escrivá se trasladó a vivir a Madrid. Desde junio fue Capellán del Patronato de Enfermos. El contacto del beato Josemaría con la obra apostólica de Doña Luz Rodríguez Casanova fue de una trascendencia muy particular. Por un lado, le permitió afianzar sus primeros pasos para establecerse en Madrid. A1 mismo tiempo, supuso un cúmulo de experiencias pastorales que jugaron un papel indiscutible en la forja de la personalidad sacerdotal del beato Josemaría y que él siempre consideró parte de la prehistoria del Opus Dei. El Patronato de Enfermos era un centro asistencial para gente pobre. Desde el Patronato se dirigían escuelas, comedores, centros sanitarios, capillas y catequesis esparcidas por todo Madrid y la periferia de sus barrios. Las Damas Apostólicas disponían en Madrid de 58 escuelas, con un total de 14.000 niños. Repartidas por Madrid había unas seis o siete iglesias o capillas que también dependían de ellas. Al mismo tiempo, Don Josemaría debía mantener a su familia, por lo que daba clases de Derecho en la Academia Cicuéndez. Instancia de Don Josemaría dirigida al limo. Sr. Vicario General de la Diócesis de Madrid‑Alcalá (1927)

Dn. José M' Escrvá y Albas ‑de la Diócesis de Zaragoza ‑con permiso de su Ordinario expedido el 17 de marzo de 1927 ‑deseando permanecer en esta Corte, calle de Larra, Casa Sacerdotal, número 3 ‑por tiempo de dos años ‑suplica a S.S. Ilma. se digne concederle la oportuna autorización para poder celebrar el Santo Sacrificio de la Misa en la iglesia del Patronato de enfermos.

San Josemaría en el Seminario San Carlos

Dios guarde a S.S. Ilma. muchos años.

Madrid 10 de junio de 1927.

Testimonio de la Dama Apostólica Asunción Muñoz González (1894‑1984), dado en Daimiel 25‑V111‑1975 Asunción Muñoz González, nacida en Hornacho (Badajoz), fue una de las diez primeras religiosas de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón. En 1929 fue nombrada Maestra de Novicias del recién inaugurado Noviciado de Chamartín de la Rosa. Conoció a Josemaría Escrivá en el Patronato de Enfermos y le trató hasta 1931, año en que dejó de ser capellán de esa Institución.

El Capellán del Patronato de Enfermos era el que cuidaba de los actos de culto de la Casa: decía Misa diariamente, hacía la Exposición del Santísimo y dirigía el rezo del Rosario. No tenía, por razón de su cargo, que ocuparse de atender la extraordinaria labor que se hacía desde el Patronato entre los pobres y enfermos ‑en general, con los necesitados‑ del Madrid de entonces. Sin embargo, D. Josemaría aprovechó la circunstancia de su nombramiento como Capellán, para darse generosamente, sacrificada y desinteresadamente a un ingente número de pobres y enfermos que se ponían al alcance de su corazón sacerdotal. De esta manera, cuando teníamos un enfermo difícil, que se resistía a recibir los Sacramentos, que se nos iba a morir lejos de la Gracia, se lo confiábamos a D. Josemaría en la seguridad de que estaría atendido y de que, en la mayoría de los casos, se ganaría su voluntad y le abriría las puertas del cielo. No recuerdo un sólo caso en el que fracasáramos en nuestro intento.

Yo era una de las más jóvenes de la Fundación y tenía más resistencia para actuar de día o de noche. A cualquier hora. Por eso estaba dedicada especialmente a estos enfermos. Y siempre, nos acompañaba don Josemaría. Íbamos en algún coche que nos prestaban algunas familias y nos acercábamos a las casas humildes de estos enfermos. Había, muchas veces, que legalizar su situación, casarlas, solucionar problemas sociales y morales urgentes. Ayudarles en muchos aspectos. Don Josemaría se ocupaba de todo, a cualquier hora, con constancia, con dedicación, sin la menor prisa, como quien está cumpliendo su vocación, su sagrado ministerio de amor.

Paseo de Atocha (Madrid), años 30

Así, con don Josemaría, teníamos asegurada la asistencia en todo momento. Les administraba los Sacramentos y no teníamos que molestar a la Parroquia a horas intempestivas. Nosotros nos encargábamos de todo.

¡Cuántas veces he dialogado con él acerca de un alma que habíamos de salvar, de un paciente que necesitábamos convencer! Yo le pedía consejo acerca de lo que habíamos de decir o hacer. Y el iba todas las tardes a ver a alguno de ellos puesto que los enfermos para él eran un tesoro: los llevaba en el corazón.

Anotación del Fundador del Opus Dei en sus Apuntes íntimos, n. 178 (20‑111‑1931)

Llegué a casa del enfermo. Con mi santa y apostólica desvergüenza, envié fuera a la mujer y me quedé a solas con el pobre hombre. "Padre, esas señoras del Patronato son unas latosas, impertinentes. Sobre todo una de ellas"... (lo decía por Pilar, ¡que es canonizable!) Tiene Vd. razón, le dije. Y callé, para que siguiera hablando el enfermo. "Me ha dicho que me confiese..., porque me muero: ¡me moriré, pero no me confieso!" Entonces yo: hasta ahora no le he hablado de confesión, pero, dígame: ¿por qué no quiere confesarse? "A los diecisiete años hice juramento de no confesarme y lo he cumplido". Así dijo. Y me dijo también que ni al casarse ‑tenía unos cincuenta años el hombre‑ se había confesado... Al cuarto de hora escaso de hablar todo esto, lloraba confesándose.

(Texto incluido en "Fuentes para la Historia del Opus Dei" de Federico M. Requena y Javier Sesé publicado en Editorial Ariel)