Mis padres y mi vocación

¿Quién dijo que las leyes están reñidas con la poesía? Manuel Ballesteros, supernumerario del Opus Dei, cultiva dos profesiones aparentemente dispares: es registrador de la propiedad y un reconocido poeta.

Conocí el Opus Dei en León, en el año 70. Algunos universitarios de la Obra viajaban periódicamente de Valladolid a León. Yo era el mayor de cinco hermanos. Mis padres eran químicos: él trabajaba en la industria azucarera y además era profesor. Había sido durante años articulista de prensa. Mi madre era también profesora. Cultivaban aficiones intelectuales y  hablaban a diario de los libros que estaban leyendo. Recibí de ellos una buena formación humana y cristiana. Recuerdo una ocasión en que mi madre, nos decía emocionada a sus hijos que lo único que quería transmitirnos era la fe. Nos insistían mucho en que un cristiano debe ser responsable en el trabajo y  cumplir con sus deberes familiares y sociales.

Esa formación me facilitó entender el espíritu del Opus Dei. Cuando conocí las enseñanzas de san Josemaría sobre la santificación del trabajo fue como si me abriesen nuevos horizontes: había, sí, que cumplir con el deber, pero ya no a palo seco, sino por motivos más altos, de carácter sobrenatural; debía trabajar mucho y bien, pero no bastaba con eso... 

Aprendí a ofrecer el estudio a Dios y a convertirlo en oración. Comprendí que tenía vocación en la Semana Santa del año 71, en Roma, en el centro Elis, durante una meditación sobre la Virgen en que el sacerdote nos repetía de vez en cuando unos versos de Bartolomé LLorens -un poeta miembro del Opus Dei, que falleció muy joven- que me han acompañado siempre: 

                    

“Dejó mi amor la orilla

y se perdió en las aguas.

No volvió a la ribera,

Que su amor era el agua” 

Por entonces empezaba yo a escribir poesía y tenía una tertulia literaria con varios amigos. Ahora pienso que Dios quiso servirse de aquella incipiente vocación mía para manifestarme su voluntad. 

En esa época comencé los estudios de Derecho y desde entonces mi tiempo se ha ido repartiendo entre la literatura y las leyes. Desde 1980 soy registrador de la propiedad y escritor.  El espíritu del Opus Dei me ayuda a armonizarlas entre sí y con los diversos aspectos de mi vida: mi familia, mis amigos, las relaciones sociales...  

  Mi esposa y mis hijos

A María, mi mujer, la conocí en Asturias, durante mi primer destino profesional. Estudió Derecho como yo, aunque decidió dedicarse por entero a la familia. Este año celebraremos nuestros primeros veinticinco años de casados. 

Hemos tenido ocho hijos. Uno de ellos, Santiago, vivió sólo unas horas. Es el patrono de la familia. Los demás tienen entre veintitrés y once años. Ya se puede suponer que nuestra casa es bastante “movida”. Nos ha ayudado mucho en su educación el consejo que nos dieron, al comienzo de nuestro matrimonio, unos amigos nuestros, que eran padres de doce hijos: nos dijeron que debíamos esforzarnos por hacer una comida al día todos juntos por lo menos, con un rato de tertulia, en que cada cual hablase de sus cosas. De esa forma,  toda la familia se enriquece.

Juego al juego de quererte

Con ocasión de las primeras comuniones de mis hijos solía componer algunos versos para los recordatorios. Uno de esos poemas es, quizá, el más conocido de los míos. 

Juego al juego de quererte, de hacer como que te quiero. Juego al juego verdadero que has inventado: comerte. Juego al juego de tenerte dentro, escondido, callado y a meterme en tu costado y a pedirte cosas buenas y a que me quites las penas y a acurrucarme a tu lado.

Un hijo mío pequeño me contó que, le había oído a un sacerdote -cuando estaba ayudándole como monaguillo- decir esas palabras en voz baja al Señor Sacramentado.

Pero la mayor parte de mis horas no se las lleva la poesía, sino mi profesión. La búsqueda de la santidad en el trabajo me lleva a esforzarme para que la oficina del registro funcione bien, velando para que se cumplan las leyes y cuidando los aspectos deontológicos y las normas laborales... También me lleva a estudiar y a mantenerme al día en cuanto a la legislación, la doctrina y la jurisprudencia.

He aprendido en el Opus Dei a comenzar mi trabajo haciendo un acto de presencia de Dios. Eso me ayuda a ser consciente de que aquello es más que “papeleo” o que una aplicación mecánica del derecho positivo: es un servicio concreto a la sociedad y a unas concretas personas. 

Trabajar con presencia de Dios me estimula a rezar por ellas, una a una: por las que vienen por el despacho, por las que trabajan en la oficina o por aquellas cuyos nombres aparecen en los documentos. Encomiendo a los que intervienen en el documento que tengo que calificar: el comprador, el vendedor, el que pide un préstamo, al fallecido -si es una herencia-,  el Notario, el Juez, el Secretario de Ayuntamiento... Todo, claro está, sin distraerme mi labor esencial de calificación jurídica. 

Mi trabajo de escritor

En mi otra vocación, la literaria, también está presente el espíritu del Opus Dei que me ayuda a mantener el equilibrio entre mis ocupaciones, porque la literatura, como la hiedra, tiende a invadirlo todo. Por otra parte, la conciencia de que me debo santificar con la literatura me espolea a buscar el tiempo necesario para leer y escribir. 

Mis temas son similares a los de tantos poetas: el paso del tiempo, la contemplación de la naturaleza, la muerte, la relación con Dios, el desamor o el amor, como en este poema:

Qué clase de locura es este bosque que me ofreces ahora, los jardines que sólo tienes tú y en que pretendes me pierda, te me entregue. Ya se adensa la selva tras de mí como una noche cerrada y sin caminos. No me queda ninguna escapatoria. Ni la quiero.

(del libro “Recuerda a un bosque”, Barcelona 2001)

o como este otro:

“No te gustan algunos de los muchos que albergo en mi interior: a mí tampoco. Laberinto difícil al que has dado raramente en querer y que te quiere con exceso de rostros, tan proclive a no mirarte a ti, con tantos ojos. Con tantos ojos, sí, y, al fin, tan ciego”

(del libro “Los primeros avisos”, Madrid, 2002).

Algunos de mis poemas tratan de experiencias cotidianas: 

Has llegado hasta aquí con mucho esfuerzo dejando de apreciar (siempre las prisas) gestos, personas, circunstancias, cosas. Y es hora de frenar, de andar despacio, de dar con otro estilo, de otro temple más reposado, más sereno: y eso no porque quede mucho tiempo, sino precisamente porque ya se acaba la arena del vivir y están de sobra todas esas angustias, estrecheces que te han desdibujado. Quizá puedas, paseando por el parque, todavía, donde se filtra el sol, mirar los árboles, disfrutar del otoño, leer un libro divertido e inútil, escribirme, jugar toda la tarde con tus nietos y otros lujos asiáticos que llevas lustros enteros despreciando, bobo. (del libro: “Los primeros avisos”, Madrid, 2002)

Y otros se dirigen a Dios:

Nos das las cosas sin hacer, completas y al mismo tiempo sin hacer, dejando, con extraña humildad, con ese gusto que tienes siempre Tú por los segundos planos que te enmendemos. Como el bosque oscuro, confusísimo, que pide senderos, avenidas, orden, claros.  (del libro “Recuerda a un bosque”, Barcelona 2001).

Disfruto con la literatura y le doy gracias Dios por haberme descubierto que esta aventura literaria forma parte de mi vocación sobrenatural. Puedo santificarme, en medio de tantas dificultades, haciendo justamente lo que me gusta hacer.

Entre Bankog y Singapur la calma cayó sobre nosotros como una extraña maldición. Mostró la mar su rostro más temible, el más oculto, y en muy pocas jornadas dejó al buque prácticamente a la deriva entre los odiosos islotes de esta costa. Los días eran largos, y las noches irrespirables como el humo, espesas.

Se apagaban de espanto los fanales y las lonas pesaban en los palos como pecados viejos. La silueta de la isla de Koh-Ring, deshabitada, inhóspita y huraña aparecía, a proa o en la popa, un día y otro, como una sombra de otro mundo. El cólera hizo, por fin, presa en mis hombres. Nada podía ya librarnos de la muerte. Sólo la voluntad, sólo la gracia, que rasgó el firmamento y se hizo lluvia y viento y temporal y empujó al barco hasta abocarlo nuevamente a puerto. Nos dejamos llevar: igual que antes, que en la horrible bonanza, nuestras fuerzas no sirvieron de nada. Y nos salvamos.

(del libro: “Los primeros avisos”, Madrid, 2002)

Y no faltan –para terminar- los poemas que abordan un tema frecuente en la poesía: el sentido de la muerte: 

“Y me pondrán sandalias y un anillo y túnica y pendientes y quizá también un cuerpo nuevo que reemplace a éste que ya no sirve para nada, gastado como está por el dolor y los experimentos siempre llenos de buenas intenciones de los médicos. Y me abrirán las puertas y habrá incluso un convite en mi honor, un gran banquete, con música y con vino con amigos de los que se perdieron en las trampas de la vida y del tiempo. Y después un sueño sin zozobras, que restaure, fértil y duradero. Y me darán otra vez posesión de todo lo que me han ido arrebatando cuando iban, a veces con ternura y otras veces con violencia inaudita, preparándome para el día de hoy, para esta fiesta.” (del libro “Las casas abandonadas”, Sevilla, 2003, VI Premio de poesía “Alegría” del Ayuntamiento de Santander). 

Manuel Ballesteros