Benedicto XVI visita la tierra de “nuestros hermanos mayores en la fe”

D. Francisco Varo, Profesor Agregado de Antiguo Testamento de la Universidad de Navarra escribe sobre el sentido del viaje del Santo Padre a Tierra Santa y el estado actual de las relaciones entre la Iglesia católica y el judaísmo

Benedicto XVI emprende su peregrinación a Tierra Santa para rezar en los Santos Lugares, manifestar su cercanía a los cristianos que viven momentos difíciles, y llevar un mensaje de paz y reconciliación a todos: israelíes y palestinos; judíos, musulmanes, drusos o cristianos.

No se trata de un Jefe de Estado en visita de cortesía a los países de la zona, aprovechando de paso la ocasión para cerrar cuestiones pendientes en las relaciones bilaterales, como pueden ser el tratamiento fiscal de las propiedades eclesiásticas en Israel, o la dura política de concesión de visas a religiosos católicos. Tampoco es un mediador internacional dispuesto a entablar una ronda de conversaciones con los líderes implicados, en busca de una solución al conflicto árabe-israelí. El Papa es un personaje de relevancia pública internacional y un viaje de estas características siempre tiene muchas dimensiones, y está abierto a interpretaciones y valoraciones desde todos estos puntos de vista. Pero descubrir lo que hay de auténtica noticia en una agenda tan cargada de acontecimientos exige poner esfuerzo por captar lo importante, sin distraerse en cuestiones colaterales.

Manifestaciones de afecto y cercanía

El viaje de Juan Pablo II marcó un hito en las relaciones entre judíos y cristianos. La noticia de su llegada apenas ocupaba, al día siguiente, un pequeño recuadro en las páginas de los periódicos israelíes. Pero su figura fue adquiriendo tal protagonismo que su despedida terminó siendo el tema principal de todas las portadas. ¿Qué había pasado? El Papa había protagonizado dos gestos que impresionaron y tocaron el corazón: manifestó en silencio su consternación por la Shoah en el Yad Vashem, y dejó en una grieta del Muro Occidental una oración en la que pedía perdón a Dios por los sufrimientos padecidos por el pueblo judío. Su viaje, como el actual de Benedicto XVI, tampoco se enmarcaba en un contexto de estrategia política, sino en el clima de oración del gran jubileo del año 2000, pero dejó una huella imborrable.

Las manifestaciones de afecto y cercanía por parte de la Iglesia Católica hacia el pueblo judío están siendo objeto de una particular atención en el pontificado de Benedicto XVI. Se podría recordar que uno de sus primeros actos, a los pocos meses de su elección, fue visitar la Sinagoga de Colonia, donde condenó expresamente el régimen nazi y donde formuló el compromiso de consolidar los lazos de amistad entre la Iglesia y los judíos. En su posterior viaje a Polonia, estuvo en el campo de exterminio de Auschwitz y allí destacó el vínculo histórico vital entre el Cristianismo y el Judaísmo. Hace pocos meses, el pasado 26 de febrero, en presencia de representantes de organizaciones judías, haciendo memoria de la Shoah, oró para que “la memoria de este espantoso crimen fortalezca nuestra determinación de sanar las heridas que durante demasiado tiempo han manchado las relaciones entre cristianos y judíos”.

Momentos difíciles

Sin embargo, no han faltado en este tiempo tensiones entre algunas instancias de Israel y del pueblo judío con la Santa Sede, debidas, en gran parte, a que algunas actuaciones pontificias saltaron precipitadamente a los medios de comunicación, sin la precisión y el rigor necesarios para que se captaran en su verdadera realidad. Me refiero, por ejemplo, a las reacciones suscitadas por la autorización en julio de 2007 de un uso más extendido de la versión tradicional de la Misa Latina según el Misal romano de 1962. El motivo es que en el ritual del Viernes Santo de ese Misal se contiene una plegaria por la conversión de los judíos, que muchos líderes hebreos consideran contraria a la comprensión y respeto mutuos que se venían manifestando entre ambas comunidades en los últimos años. La versión revisada de esa oración que Benedicto XVI hizo publicar el 4 de febrero de 2008 tampoco logró que se superasen los recelos surgidos.

Otro momento particularmente difícil se vivió en el pasado mes de enero con motivo del levantamiento de la excomunión a cuatro obispos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, entre los cuales estaba Richard Williamson, que en una entrevista había puesto en duda la magnitud del exterminio judío llevada a cabo por el régimen nazi. Aunque el levantamiento de la excomunión nada tenía que ver con esas declaraciones.

Una sólida base para construir una convivencia respetuosa y pacífica

No obstante, en el diálogo entre cristianos y judíos se ha seguido avanzando mucho, a partir de la línea marcada por Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II, por parte de la Iglesia católica, y de algunas manifestaciones colectivas relevantes como la Declaración judía sobre los cristianos y el cristianismo Dabru emet del año 2002. Los avances continúan, paso a paso, sorteando escollos ocasionales como los antes mencionados.

Desde el rico patrimonio espiritual común, se ha podido reflexionar y encontrar puntos de convergencia acerca de cuestiones tan variadas como la santidad de la vida, los valores de la familia, la justicia social y la conducta ética, la importancia de la Palabra de Dios expresada en las Sagradas Escrituras para la sociedad y la educación, la relación entre las autoridades civiles y religiosas, y la libertad de religión y de conciencia.

Pero aún quedan puntos de desencuentro en el ámbito doctrinal. Pienso que el problema teológico más relevante es el que se refiere al valor salvífico universal de Cristo y el modo en que sea compatible con el mantenimiento en vigor de la alianza de Dios con el pueblo judío. Ligado estrechamente a esta cuestión, también se plantea la relativa a si Jesucristo quiso fundar la Iglesia, o ésta es fruto del desarrollo histórico de una rama del judaísmo, que tiene como referencia la predicación de Jesús, y que con el correr del tiempo y las vicisitudes históricas del siglo I se desgajó de ese tronco y entró en conflicto con él. No faltan quienes abrigan esperanzas de que se puedan encontrar fórmulas de convergencia asumidas por ambas partes acerca de estas cuestiones, que presten solidez a un reconocimiento mutuo más fraterno.

Benedicto XVI está convencido de que el afecto más auténtico y cordial es el que nace de unas relaciones sinceras construidas sobre la verdad, alcanzada con sosiego y sin precipitaciones de política cultural. Por eso, el pasado 12 de marzo afirmaba que “la Iglesia reconoce que los comienzos de su fe se fundan en la histórica intervención divina en la vida del pueblo judío y aquí se funda nuestra relación única. El pueblo judío, que fue escogido como el pueblo elegido, comunica a la entera familia humana el conocimiento y la fidelidad al Dios uno, único y verdadero. Los cristianos reconocemos de buen grado que nuestras propias raíces se encuentran en la misma auto revelación de Dios, de la que se nutre la experiencia religiosa de los judíos”. Tenemos, pues, una sólida base para construir una convivencia respetuosa y pacífica de modo estable.

Un viaje muy oportuno

En ese contexto, con sus luces y sombras, el viaje del Papa a Israel y Tierra Santa se presenta como muy oportuno. Desde el punto de vista cristiano, porque constituye una ocasión excelente de manifestar el reconocimiento debido a “nuestros hermanos mayores en la fe” como denominó Juan Pablo II a los judíos, y de compartir con ellos un sincero deseo de paz. Desde la perspectiva del pueblo judío, se espera que la presencia del Papa en Israel pueda contribuir a fortalecer ese diálogo fraterno que sirva para erradicar los prejuicios anti-judíos, presentes aún en ciertos círculos cristianos.

“Mi intención –ha declarado Benedicto XVI– es pedir especialmente el precioso don de la paz y la unidad tanto en la región como en toda la familia humana. (…) Ojalá que mi visita ayude a profundizar el diálogo de la Iglesia con el pueblo judío, de forma que judíos y cristianos y también musulmanes puedan vivir en paz y armonía en esta Tierra Santa”. Las palabras y los gestos en los que se concretará ese propósito, y las adhesiones que suscitará ese mensaje de paz son las mejores noticias que cabe esperar de este viaje.

Francisco Varo, Profesor Agregado de Antiguo Testamento (Universidad de Navarra)